sábado, 26 de marzo de 2011

" VOLVERÉ Y SERÉ MILLONES"


La célebre, esclarecida y bella expresión volveré y seré millones forma parte de la mitología argentina: Todo argentino tiene para sí que esas palabras fueron dichas por Eva Perón poco antes de morir. Nadie puede decir con certeza dónde y cuándo las dijo; más aún: algunos conocedores de la intimidad de la familia justicialista, afirman que Evita nunca las dijo. Entonces, ¿cómo se originó el mito? Dicen que en 1962, José María Castiñeira de Dios compuso en homenaje a Evita una poesía. Lo hizo en una décima, el metro más popular en estas tierras sudamericanas.

Yo he de volver como el día
para que el amor no muera
con Perón en mi bandera
con el pueblo en mi alegría.
¿Qué pasó en la tierra mía
desgarrada de aflicciones?
¿Por qué están las ilusiones
quebradas de mis hermanos?
Cuando se junten sus manos
volveré y seré millones.
.
José María Castiñeira de Dios, 1962

El último verso de esa décima, que para un fin poético se le apareció al autor como un oportuno octasílabo, fue la forma que eligió Ricardo Setaro para traducir la expresión: I will return and I will millions, que Howard Fast puso en boca de un imaginario lugarteniente de Espartaco, como últimas palabras dichas, por este lugarteniente del Rebelde, en agonía, en su famosa novela Spartacus, de 1951.
Dice, erróneamente, Juan Sasturain, en el mismo artículo Los millones de Evita.

Pero uno va a la novela –editada en Buenos Aires por Siglo Veinte y traducida por Mario Marino en 1962– y se encuentra en la página 15 que las cosas no son exactamente así [aquí, el periodista se refiere a la versión cinematográfica, que difiere de la novela, aunque se conserva la frase]. En la escena, el gordo Flavio está sentado, como un guía del horror, al pie de la primera de las más de 6400 cruces –cada una con su crucificado– plantadas para escarmiento a lo largo de la Via Apia, de Roma a Capua, y les cuenta a los jóvenes aristócratas romanos de frívolo y morboso paseo que ha visto y oído morir a ese esclavo. Flavio aclara que no es Espartaco, quien fue descuartizado y dispersos sus miembros; éste es Fairtrax, un lugarteniente, un galo. “Sabéis qué fue lo último que dijo? ‘Volveré y seré millones.’ Nada más que eso. Gracioso, ¿verdad?”, explica Flavio y todos se interrogan sobre qué habrá querido decir. Y ésa es toda la mención en el relato original de Fast.

Se puede suponer entonces que Castiñeira de Dios no leyó el libro –¿habrá traducción anterior al ’62 al castellano? No creo– sino que vio antes la película, cuando se estrenó en Buenos Aires, y retomó la hermosa idea. Las fechas coinciden: su poema es al cumplirse diez años de la muerte de Evita –junio del ’62– y se habla desde el llano, la desgracia y la persecución. Tal cual.
Las negritas fueron colocadas por mí
Pues, sí hay una traducción al castellano anterior al sesenta y dos. Hay una edición en castellano anterior incluso a 1960. He tomado de mi biblioteca y tengo aquí mismo, ante mi vista, un ejemplar de Espartaco, editado por Eneas, en Buenos Aires, en 1956, traducido por Ricardo Setaro quien usó, para la traducción, la segunda edición en lengua inglesa, de 1951. Y en la página 14 puede leerse la famosa frase volveré y seré millones, en el contexto ya mencionado por Sasturain para la edición mencionada por él.
En la edición on line que el autor de Spartacus cedió para la red poco antes de morir, puede leerse en la página 11: I will return and I will be millions. La línea usada para la versión cinematográfica de Stanley Kubrick de 1960, protagonizada por Kirk Douglas, está en tercera persona y al parecer usa otro verbo sinónimo.
La décima de José María de Castiñeira de Dios en homenaje a Evita, al menos a mí, me resultaba totalmente desconocida hasta hace poco. Para hablar con franqueza: me enteré de su existencia aquí, en la red.
El hecho de que yo desconociera esa décima significa nada: Son muy pocas las poesías que conozco, en relación a las innúmeras que se han escrito. Pero hay un dato de la realidad que es mucho más significativo que mi ignorancia de la poesía de Castiñeira de Dios. Ese dato es éste: conspicuos peronistas, de toda clase social, incluyendo encumbrados intelectuales, tenían para sí que la expresión sí había sido dicha en alguna ocasión por Eva Perón.
Este último dato, objetivo, me otorga el derecho a sospechar que, una vez instalada la leyenda de que tales palabras fueron dichas por Evita (muy probablemente instalada por dinámica propia), hubo un silencio alrededor del origen de esa expresión que fue deliberado.
Juan Sasturain se permite la libertad de conjeturar que Castiñeira de Dios no leyó el libro en su versión española con anterioridad a 1962 y que, siendo la película de 1960, tomó la idea de la ésta.
Si estamos en el juego de conjeturar, conjeturemos. Yo conjeturo otra versión:
Que el libro estaba editado en Buenos Aires desde el cincuenta y seis o, a lo sumo, en una fecha anterior a 1960 y que Castiñeira de Dios sí lo leyó;
que Castiñeira de Dios se tentó por la frase, que en español suena hermosa;
que se volvió a tentar por la feliz coincidencia de ser esa expresión una octasílaba;
que se tentó una vez más, finalmente, por la idea de ocultar para siempre que se la había tomado a alguien quien –desde la perspectiva de un militante de derechas de las entonces flamantes posguerra y guerra fría- era un despreciable comunista, y, además, judío.
Demasiado heavy para un peronista ortodoxo de los cincuenta, católico ortodoxo para más.
Conjetura por conjetura, me quedo con la mía. Puedo sostener mi elección por eso tan sencillo de: Yo conozco los bueyes con que aro.
Queda por último la cuestión del cacique Aymará, Túpac Katari a quien, al parecer, se le adjudica la célebre profecía con esas palabras exactas. La historiadora Patricia Funes dice:

Tupac Katari a fines de la década de 1770 se recorrió caminando cuatro mil kilómetros desde un pueblo cerca de La Paz hasta Buenos Aires para que el virrey Vértiz le reconociera su cacicazgo. Hizo el viaje acompañado solo por dos o tres indios de su comunidad. Vértiz se lo reconoció, pero al regreso el encomendero lo encarceló. Así se desató la gran rebelión aymara, contemporánea a la de Túpac Amaru. “Volveré y seré millones” lo dijo en 1781 un cacique del Alto Perú. Era el mismo Katari antes de su descuartizamiento. La frase exacta fue: “A mí solo me mataréis, pero mañana volveré y seré millones”. ¿Eva Perón la sabía de algún lado, alguien se lo dijo, fue simple casualidad? Lo ignoro. Pero impresiona. Con Katari estaba Bartolina Sisa, una mujer valiente que también terminó sacrificada por los españoles.
Otra vez: las negritas son mías.
Como se ve, aquí, entrevistador y entrevistada dan por sentado que Eva Perón sí había dicho la frase. Ya el hecho de dar por sentado que Evita dijo una frase sin tener las pruebas de ello ya es un fallo.
Otro, más serio aún, es poner en boca del combatiente americano del Alto Perú, descuartizado en 1781, palabras que sólo han sido “conocidas” por “la tradición oral” o por “la tradición indigenista” de Bolivia.
En definitiva, hasta ahora, y mientras no se pruebe lo contrario, Howard Fast puso en labios de un alter ego agozinante del Rebelde derrotado por el Imperio esclavista, una muy bella expresión esclarecida que, o recogió de por ahí, o sencillamente inventó.
Finalmente una traducción, hecha en tiempos cuando un castellano más ajustado a la gramática ortodoxa del tú, el vuestro y el vosotros, era utilizado para las obras literarias y aun populares, hizo que se tomara de primera elección el tiempo futuro imperfecto para la traducción de los dos verbos en una traducción literal. Y así quedó la bella frase. Volveré y seré millones.
Más allá de la historia última que exista detrás de la expresión profética; más allá de la parte no descubierta aún de tal historia, existe la circunstancia real de que, por los poderosos caminos del mito, esas palabras, al andar el siglo XX, hasta agotarlo, acabaron por ser las dichas por Espartaco, por Túpac Katari, por Eva Perón.
Si resignamos por un instante esa soberbia que nos manda a ejercer la policía de los precisiones históricas y nos entregamos a la fe, o, si prefieren, a la poesía, no podríamos desdeñar muy fácilmente esta idea sencilla:
En el Cielo hay un dios de las Rebeldías, y Howard Fast ha sido uno de sus humildes e inspirados profetas. Gracias a él, hoy, medio siglo después de escribirlas, volveré y seré millones, de alguna manera, son las palabras apropiadas para Eva Perón, para Espartaco y para el Túpac Katari.
Y no es raro que cosa tal así suceda. Y no voy a recurrir a las famosas especulaciones borgianas alrededor del tema, que son harto conocidas. No: voy a apelar al mismo autor de Espartaco, Howard Fast, quien expone esa revelación del dios de las Rebeldías, entretejida en el último párrafo de su novela:
Y en tanto que el hombre trabaje y otros tomen y usen el fruto de los que trabajan, el nombre de Espartaco será recordado, susurrado algunas veces y dicho en alta voz y claramente en otras.
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Alfredo Arri (Theodoro) 2008
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